lunes, 3 de enero de 2011

El retrato




Pues sí, aquí vuelve Arévalo Martínez (1884-1975) con esta historia, sutil y tierna, de fantasmas. Como es propio de la que para mí es la técnica máspura y difícil de la literatura fantástica, el relato puede ser sobrenatural, o puede ser una combinación inopinada de casualidad en los hechos y fervor poético en el narrador. Esta ambiguedad, que se mantiene todo el relato, sin que su final resuelva la duda, (como quería Todorov para definir lo fantástico puro) se basa en la fina y fervorosa psicología de que hace gala el autor: todo puede ser un entusiasmo espiritual ante la belleza de una mujer y nada más. O algo más, como parece apuntar la actuación de la hija del narrador, que a sus dos años ya muestra una atracción natural por un alma bella, quizás en tránsito al otro mundo... No digo más.

El estilo de Arévalo está a la altura de su gran imaginación, de su originalidad radical; es fino, elegante, apasionado, con la pasión del ritmo del modernismo que fue la cuna literaria de nuestro guatemalteco, pero más esencial, más desnudo. Un gran estilo y un gran escritor, que en mucha mayor medida que los otros autores cuyos cuentos he comentado, era intrinsecamente un autor de lo fantástico.
Apareció por primera vez en la edición de 1951 de "El hombre que parecía un caballo". Y yo lo he leído en la edición crítica que mencioné en la entrada de ayer.

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