Prosa poética, entusiasta, dionisiaca, de tono profético, borracha de imágenes y de atrevidas metáforas... Perfecta receta para hacer el ridículo más espantoso. Sin embargo Arango era un poeta genuino, un hombre que escribía con el corazón en la mano, y a los que pudimos observar su viscera generosa (basta leer este cuento) vimos que latía con otros ritmos a los del común de los mortales.
La gran prosa de un niño grande enamorado de las imágenes o mejor, de su poder de suscitar imágenes, ingenuo y primordial. No se hace el primitivo, sino que consigue serlo por la alquimia del verbo. (Otra cosa es el Arango persona, que era evidentemente un hombre complejo como la mayor parte de los escritores).
¿Es el relato una alegoría del transcurrir vital del propio Arango, de su huída del desastre en búsqueda de un misticismo panteista? Desconozco todo de este autor salvo este cuento y algunas apresuradas lecturas en la red sobre lo que significó el "nadaismo". Así que lo mejor es ceñirme al relato.
Ocurre en un lugar imaginario, Leteo, ciudad que ostenta el nombre de un río de la mitología griega cuyas aguas proporcionaban el olvido. Esa Leteo productora de olvido (olvido quizás de lo realmente importante, la naturaleza y la vida primigenia) va a ser destruida. Las ruinas parecen sugerir un poco lo que se nos ha contado lo que era Hiroshima tras la explosión: un lugar de absoluta desolación y aún más, de absoluta incomprensión, perplejidad atomico-terminal.
Aún así la ciudad parece querer encadenar al narrador en agotadoras labores de ayuda a los moribundos, a los enterrados, que él, con egoismo de bestia sana, va a rechazar.
El final sin embargo nos muestra con ambiguedad que quizás el abandono en los sentidos no sea tampoco la panacea frente a los dolores del mundo.
Un gran relato simbolista que en manos de un Galeano hubiera atufado a poesía de hojalata de producción sostenible y comercio justo, pero que en la voz vigorosa y atónita de Gonzalo Arango tiene el enigma añadido por los siglos de muchos textos antiquísimos, desde el Antiguo Testamento al Gilgamesh. Aquí el escritor buceó en su incomprensión ancestral y siempre renovada para mostrar la imposibilidad absoluta de escoger un camino sin añorar el que se declinó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario