martes, 12 de julio de 2011

La loba




Escrito por Francisco Gavidia (1864-1955). Publicado por primera vez en Repertorio del Diario del Salvador en 1905.

Por fin encuentro un relato escrito en castellano sobre la conversión de un ser humano en lobo que me agrade, porque los escasos con los que me había topado (a veces de escritores tan dotados como Agustín de Foxá) no me acababan de convencer. Pero este, escrito por uno de los grandes patriarcas de las letras salvadoreñas me ha encantado. 

Comienza con una hermosa descripción de Cacahuatique, actual Ciudad Barrios, donde transcurrieron los días infantiles del autor. Don Francisco nos viene a decir que la población no estaba tan lejos como se pudiera pensar del Cacaotique original de los indígenas, de "ídolos acurrucados en los templos". Lo que sin duda era verdad hace siglo y medio. Dicha afirmación opera además como astuto y refinado vínculo con la narración precolombina que el niñó Gavidia oyó de labios de un mayordomo de su casa y que es el objeto del relato. Porque si el mundo primordial de los indios seguía vivo en armoniosa convivencia con las prácticas venidas de Europa cuando su niñez, al recuperar ésta por medio del recuerdo se opera también la magia del renacer imaginativo del mundo de antes de la conquista, y la historia de licantropía, aunque fantástica, adquiere así un marchamo de autoridad, un sello de verosimilitud.

El relato en si no es un prodigio de originalidad, pero está bellamente narrado y sobre todo con las pinceladas descriptivas justas. Cuantos autores, cuando tratan de revivir un mundo desconocido para el lector, bien por imaginado, bien por exótico, abruman al lector con soporíferas descripciones de minuciosidad inventarial. Tolkien (¿me atreveré a decirlo?) en sus peores momentos cae en este error en su obra magna. Gavidia sabe en cambio dar sabias pinceladas (una sábana de pieles de ratón montés y un dosel de plumas de quetzal, por ejemplo) que se graban en nuestra retina. El resto del escenario lo llena nuestra imaginación, con los caciques y los guacamayos que vivien en lo más hondo de nuestro cerebro, a donde llegaron desde el zoo de nuestra infancia o más tarde, desde las etiquetas de ciertas bebidas espirituosas.

Una pequeña joya de lo que luego se llamaría relato indigenista. Aparece en la antología "Penumbra", tantas veces citada, y es fácil de leer en la red.




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