jueves, 28 de julio de 2011

La culpa es de los tlaxcaltecas



Escrito por Elena Garro (1917-1998). Publicado por vez primera en la "Revista Mexicana de Literatura" en el año 1964. Yo le he leído en "Narrativa Mexicana de hoy", selección de Emmanuel Carballo, Alianza Editorial, Madrid 1969.


De este relato son sin duda posible lecturas feminista e indigenistas; otras le niegan el carácter fantástico (que ya es atrevimiento, pues su carácter de tal es evidente) en consonancia con la habitual política de negar el pan y la sal al género por parte de la crítica sesuda; ya sabemos que son esos críticos los que te demostrarán que "Pedro Páramo" no es una novela de fantasmas sino una crónica del fracaso de la reforma agraria de Lázaro Cárdenas, que es algo mucho más respetable (como si no fuera posible que fuera ambas cosas simultaneamente).

Nosotros a lo nuestro, a nuestra investigación en los vericuentos de la imaginación liberrima (que no niega los contenidos sociales, de lucha de clases o de sexos,  o económicos que puedan tener los relatos, pero al no estar preparados teoricamente para investigarlos, es sin duda benévola casualidad que no nos interesen lo más mínimo).

Laura va a comenzar a vivir, a raiz de una excursión a Guanajato una alucinante existencia dual. Por un lado seguirá siendo la esposa insatisfecha y neurótica de Pablo, un tirano doméstico y un hombre que parece pertenecer a una clase media desahogada economicamente (verán que ni mi incultura me libra del uso, siquier torpe, de categorías interpretativas marxistas).  Pero por otro lado es la esposa de un guerrero azteca que lucha, sin esperanza, en la caida de Tenochtitlán. Los dos tiempos van a comenzar a mezclarse, y todo parece indicar que no solo en la confusa mente de Doña Laura...

En este soberbio cuento la señora Garro escribió con belleza y poder de sugerencia esta historia sobre la huida a un espacio mítico. Porque Laura no parece querer escapar de guatemala a guatepeor (expresión que era habitual en mi pais por la que pido disculpa a mis posibles lectores guatemaltecos, compatriotas del excelso poeta Arévalo Martínez), es decir, del aburrimiento pequeño burgués de un matrimonio infeliz en el México de los años 60 al caos, destrucción y sufrimiento del Tenochtlitlán en llamas, sino al espacio escatólogico de los aztecas, un lugar donde el tiempo se acabe, y Laura sea uno para siempre con su marido-primo, el valiente guerrero.



Pintura de Desiderio Hernández Xochitiotzin en el Palacio de Gobierno de Tlaxcala . Los supuestos "traidores", los líderes xlacatecas, Maxicatzin y Xicoténcatl el viejo, llegan a una alianza con Cortés bajo la mirada de la madre del pueblo mexicano, Doña Marina. Xiconténcatl era ciego, y pidió permiso a Cortés para tocar su rostro y hacerse una idea de su aspecto. Si bien se piensa, parece como si en México, en cierta manera, se repitiera ese gesto de ceguera y extrañada indagación, en su atormentada relación de amor odio con el elemento hispánico de su gran cultura.

sábado, 16 de julio de 2011

El gigante y el auto




Aquí tenemos de nuevo al autor favorito de esta página, de momento, con tres reseñas. Don Rafel Arévalo Martínez fue un escritor complejo, y un hombre nada sencillo. Su obra es extensa y multiforme. Sus textos más conocidos son sus extraños cuentos simbolistas, líricos y discursivos, más surrealistas que fantásticos, donde hace retratos psicológicos e incluso físicos, de diversos personajes, conocidos o anónimos, emparentándoles con animales, con sus "nahuales" dicen algunos. El más famoso es "El hombre que parecía un caballo", en donde expresa su fascinación por el poeta Barba Jacob (que en verdad el colombiano tenía un rostro algo caballuno). Tengo que decir que estos cuentos, sin discutir la belleza del estilo y el vertiginoso vuelo metafórico, no son los que prefiero de él, quizás con la excepción del muy bello "Nuestra Señora de los locos".

Los que yo prefiero son sus relatos más breves, más directos y sencillos, y más propiamente fantásticos, de los cuales ya he reseñado dos: "El retrato", un delicado y tierno relato de fantasmas, quizás uno de los más sutiles jamás escritos, y el ambiguo y sorprendente "El hombre verde", que vale como relato de lo sobrenatural y como consejo de técnica literaria.


"El gigante y el auto", como se encargan de decirnos los numerosos autores de la "Chronology of Latin American Science Fiction, 1775-2005" número 103 de la revista digital "Science Fiction Studies" es la más decidida aproximación del guatemalteco al genero de fantasía científica, y es un breve homenaje al "Micromegas" de Voltaire.

Incorporado a la edición del 51 del sempiterno "El hombre que parecía un caballo", es un breve relato de suave humorismo que no invalida para nada su premisa "cienciaficcionística". Los extraterrestres pueden estar entre nosotros y ser nosotros incapaces de verlos, si acaso de percibir algunos de sus efectos sobre nuestro medio ambiente, como las hormigas padecen a veces nuestras intervenciones, destructivas o alimenticias, sin (suponemos) saber realmente lo que está pasando.

No hay en principio muchos relatos dedicados al tema de los extraterrestres entre los autores clásicos de la literatura en castellano. Ya comenté el intenso relato "Los espias" de Mujica Laínez. El más famoso es sin duda "El calamar opta por su tinta" de Bioy Casares. Aunque bien pensado, la narración sobre tema extraterrestre de mayor calado y fascinación sobre la multitud lectora que nunca se haya escrito en castellano es un relato dibujado, una historieta; "El eternauta" con el memorable guión de Hector Germán Oesterheld.



En una belleza de coche como éste imagino a los personajes del cuento de Arévalo Martínez enfrentarse a lo ignoto venido de fuera de nuestro planeta.

martes, 12 de julio de 2011

La loba




Escrito por Francisco Gavidia (1864-1955). Publicado por primera vez en Repertorio del Diario del Salvador en 1905.

Por fin encuentro un relato escrito en castellano sobre la conversión de un ser humano en lobo que me agrade, porque los escasos con los que me había topado (a veces de escritores tan dotados como Agustín de Foxá) no me acababan de convencer. Pero este, escrito por uno de los grandes patriarcas de las letras salvadoreñas me ha encantado. 

Comienza con una hermosa descripción de Cacahuatique, actual Ciudad Barrios, donde transcurrieron los días infantiles del autor. Don Francisco nos viene a decir que la población no estaba tan lejos como se pudiera pensar del Cacaotique original de los indígenas, de "ídolos acurrucados en los templos". Lo que sin duda era verdad hace siglo y medio. Dicha afirmación opera además como astuto y refinado vínculo con la narración precolombina que el niñó Gavidia oyó de labios de un mayordomo de su casa y que es el objeto del relato. Porque si el mundo primordial de los indios seguía vivo en armoniosa convivencia con las prácticas venidas de Europa cuando su niñez, al recuperar ésta por medio del recuerdo se opera también la magia del renacer imaginativo del mundo de antes de la conquista, y la historia de licantropía, aunque fantástica, adquiere así un marchamo de autoridad, un sello de verosimilitud.

El relato en si no es un prodigio de originalidad, pero está bellamente narrado y sobre todo con las pinceladas descriptivas justas. Cuantos autores, cuando tratan de revivir un mundo desconocido para el lector, bien por imaginado, bien por exótico, abruman al lector con soporíferas descripciones de minuciosidad inventarial. Tolkien (¿me atreveré a decirlo?) en sus peores momentos cae en este error en su obra magna. Gavidia sabe en cambio dar sabias pinceladas (una sábana de pieles de ratón montés y un dosel de plumas de quetzal, por ejemplo) que se graban en nuestra retina. El resto del escenario lo llena nuestra imaginación, con los caciques y los guacamayos que vivien en lo más hondo de nuestro cerebro, a donde llegaron desde el zoo de nuestra infancia o más tarde, desde las etiquetas de ciertas bebidas espirituosas.

Una pequeña joya de lo que luego se llamaría relato indigenista. Aparece en la antología "Penumbra", tantas veces citada, y es fácil de leer en la red.




viernes, 8 de julio de 2011

La Granja Blanca




Escrito por Clemente Palma (1872-1946) en el año 1900, apareció por vez primera en "El Ateneo de Lima" con el título "¿Ensueño o realidad?"  Es uno de los "Cuentos malévolos" de 1904.


En segunda lectura este relato me ha interesado mucho más. Al principio me pareció un "totum revolutum" de temas filosóficos, esotéricos, todo presidido por un afán decadentista de escandalizar. Bien escrito, eso si, con una prosa músical, y de conformidad con el contenido narrativo, algo hinchada y desquiciada, pero siempre con la elegancia que se espera de un autor de la "Belle Epoque".

Al leerlo de nuevo me ha vuelto a entretener y le he empezado a ver más sentido al relato, sin desdeñar del todo el diagnóstico de que Don Clemente pecó aquí, de querer "meter la peste en un canuto", en el sentido de que la riqueza de temas del cuento hubiera requerido quizás de un tratamiento más largo, para no amontonar, como en una barraca de feria, la metempsícosis, el arte como sortilegio, la filosofía como delirio, el infanticidio, la necrofilia, el incesto y la piromanía.

Y sin embargo, el relato funciona. Es un desfile grotesco a paso lígero, si, pero  de indudable atractivo para aquellos que nos deleitamos con la literatura de lo sobrenatural, y lo preside, dando unidad al relato, la idea de un nihilismo cósmico. Si solo somos un sueño, todo está permitido. Así, el protagonista va a llegar a una ataraxia perversa que poco tiene que ver con la de Epicuro o los estoicos, sino que se basa en una concepción fantasmal del mundo.

No es por tanto un relato perfecto, pero es absorbente con todos sus defectos y se basa en una idea de gran alcance.

Leido en  "Penumbra, antología crítica del cuento fantástico hispanoamericano del siglo XIX" antología de Lola López Martín para la editorial Lengua de Trapo.





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